Miro atrás. Suspiro. Sonrío. Sonrío, como el primer día que citaste, en un arrebato de locura, al genio Neruda, y sonreí, porque fue el primer momento en el que de un suave mordisco, menos doloroso de lo que jamás habría soñado, arrancaste de mis ojos la soledad y de mis labios las telarañas de mil intentos de libertad frustrados. Y sonreí, porque no pude más que susurrarte muy bajito y muy lento al oído, que yo nunca fui de princesas, siempre me gustaron más las poetas, las musas. Te confesé en un suspiro que mi sangre era morada y que en vez de corona, te construiría un gran castillo, lo prometí construir con las palabras más bonitas que jamás leerías procedentes de estos dedos doloridos de tanto escribirte, y de estos labios sangrantes de tanto soñarte.
Y hoy, sigo cumpliendo mi promesa, sigo construyéndote un lugar donde podamos soñar siendo libres, un lugar que no sea Real, porque recuerda que sigo siendo de sangre morada, y siguen sin gustarme las princesas, ni las reinas, sigo enamorándome de musas, idealizaciones y poetas.
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