30 de junio de 2013

Calor

Apenas puedo respirar, sudo, toda la presión contra mi. Y jode. Porque tu no eres la causa de todo ello, al contrario que ayer, cuando me perdí entre tus palabras y me encontré, de pronto y sorprendido, en tus labios. Tus labios, si, esos en los que empezó todo aquel susurro de jueves noche, jueves, viernes, sábado... He de confesar que perdí la cuenta, y con ella mis ganas de vivir, porque ya no tiene sentido vivir si no es para encontrar, para recordar, para besar... [Añádele "(te)" y quizás "(me)" encuentres.]

Pero el problema es que sigo sin encontrarme, sin encontrarte, y el calor me agobia mucho, y yo sigo buscando lluvia y frío, y, y, y... Y tengo tanto que decir que no me sale más que tartamudear y tengo demasiado miedo, porque nunca me había pasado, y sólo puedo escribirte, porque sólo te he visto en sueños, y sigo sangrándo(te) en una venas que ya acumulan demasiadas cicatrices, cicatrices que sólo evitan que broten ríos de tinta procedentes de un corazón negro, que como Dios, dudo que exista. Será una simple leyenda urbana. Un "y" más en esta calurosa noche sin tus labios.

29 de junio de 2013

Poesía y cascos.

Poesía, cascos y poco más para noches como esta.

No recuerdo cuando, 
por primera vez te miré
y no me hablaste tú, 
si no que me susurraron 
tus marrones ojos traviesos. 
Traviesos, con ganas de jugar,
 de jugar a pillarnos. 
Pillarnos, pero sólo indirectas,
 que como bala de plata,
 iban derechas a tus labios.
 Y tus labios fueron los culpables 
de que hoy duerma,
como un yonkie 
solo con mi dosis de poesía 
y realidad escupiendo
como sangre
en mis mordidos cascos.

Leer eternamente a Benedetti, 
sin luz, pero con la ventana abierta. 
En esta noche.
En esta madrugada que ya agoniza
donde las musas escapan
volando y sin rumbo
hacia las estrellas
que lloran por el dolor.
Dolor de no poder leerte,
sólo observarte,
sin llegar a tocarte.

Cuatro de la mañana,
mis cascos siguen escupiendo, 
la poesía sigue brillando,
y la luna, 
que tus lunares esconden,
apagada.
Apagada, 
como mi sueño,
ahogado en ganas de escribirte,
ahogado en ganas de susurrarte.

Poesía, cascos y poco más para noches como esta.

Escribiendo a la eternidad

Quizás en un viaje infinito, allí donde acaban las estrellas, o quizás con una simple mirada y una palabra que resuene en un recóndito lugar donde sólo su oído llegue a escuchar, cuando el silencio sea el presente y solo cuando se apaguen las estrelladas noches de Neruda, no quedará nada, no quedará nada por lo que luchar, ni una sola primavera en la que gritar, solo podremos escuchar la eternidad.

Y en esa eternidad se me quedan atravesadas las palabras, al igual que parte de mi mirada, atravesada por el olvido, se quedó observando la inmensa luna llena de Lisboa bajo el suspiro del Tajo.

Y en esa eternidad escucho llorar al otoño, que deja caer sus lágrimas sobre nuestras vacías manos, en forma de lluvia, de hojas que en el suelo conforman una larga y estrecha alfombra hacia el invierno, que enfría, pero no tanto como la helada soledad, no tanto como la ensombrecida realidad.

Y en las oscuras sombras de la realidad, aquí, en este lugar, es donde se encuentran mis vulgares palabras, intentando arrancar quizás una lágrima, o quizás una sonrisa, un recuerdo, algo que me acerque a la eternidad, a tú eternidad, y acercarme así, de la única forma posible, a un beso demasiado lejano, al sueño que nunca debimos soñar…  y en tu eternidad me encuentres siempre que busques un poco más allá, porque tengo miedo de que no vuelvas a leerme, porque tengo miedo de que la eternidad arrugada por el paso del tiempo, olvide estas palabras, y caigan, y se pierdan en un vacío, en el que solas, sin tu ayuda, no se podrán encontrar.

352 noches

Y fue un momento, 
y unos simples escalones,
pero allí nos quedamos
como sí esperáramos
esperar un silencio.
Un momento eterno
en este cálido verano
en el que conseguir por fin
ver las estrellas.
Pero las estrellas
no aparecen y tu,
solo puedes susurrar,
y no comprendes,
que con ello me basta.
Me basta para no dormir,
solo soñarte trece noches,
hasta llegar a la mala suerte 
de no poder más que escribirte
las 352  restantes
alumbrado solo por la luna, 
o eso es lo que dice la gente
que no conoce el secreto, 
porque juraría 
que lo que esconde la luna,
es tu mirada.