No recuerdo cuando,
por primera vez te miré
y no me hablaste tú,
si no que me susurraron
tus marrones ojos traviesos.
Traviesos, con ganas de jugar,
de jugar a pillarnos.
Pillarnos, pero sólo indirectas,
que como bala de plata,
iban derechas a tus labios.
Y tus labios fueron los culpables
de que hoy duerma,
como un yonkie
solo con mi dosis de poesía
y realidad escupiendo
como sangre
en mis mordidos cascos.
Leer eternamente a Benedetti,
sin luz, pero con la ventana abierta.
En esta noche.
En esta madrugada que ya agoniza
donde las musas escapan
volando y sin rumbo
hacia las estrellas
que lloran por el dolor.
Dolor de no poder leerte,
sólo observarte,
sin llegar a tocarte.
Cuatro de la mañana,
mis cascos siguen escupiendo,
la poesía sigue brillando,
y la luna,
que tus lunares esconden,
apagada.
Apagada,
como mi sueño,
ahogado en ganas de escribirte,
ahogado en ganas de susurrarte.
Poesía, cascos y poco más para noches como esta.
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