30 de julio de 2013

Durmiendo en sus lunares.

Y allí se quedó el recuerdo, a dormir en sus lunares.

Fue un instante, suficiente, un suspiro del viento, algo que encerró su pelo en una corriente gélida que la hizo flotar. Y entonces yo me congelé al mismo tiempo, entre las aguas inmensas de su espalda, y fue allí, donde tal movimiento, no solo de sentimientos, me hizo marear, volar y quizás por eso hoy no pueda expresarme, no me permita recordar.

Entre sus infinitos lunares y la simétrica curva que era su columna vertebral, me perdí, y conmigo el recuerdo, que cómodamente entre una de esas constelaciones que residían en su espalda se quedó para siempre, a vivir, a soñar, cálido, buscando sus caricias, buscando ser un recuerdo nunca olvidado. 
Sólo entre ella. 

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