26 de julio de 2015

Retrato herido.

Hoy me vi delante del espejo.
La verdad es que hacía ya bastante tiempo que no me miraba a los ojos. Así que decidí desnudarme. Observar.
Rastreé cada milímetro de mi piel, como quien busca un desahogo a la rutina, un escape a la mediocridad. Tendencias suicidas a base de olvido. Cadenas.
Y encontré. Me encontré.
Hallé miedo entre las dudas. Arañazos y moratones. Resultado de lo que ayer eran noches de insomnio, sueños a la luz de la poesía y hoy no son mas que rastros sin luz de restos a oscuras. Abandonos. Abandonados.
Tuve que sentarme. Encenderme un piti y soñar con caer rendido a la evidencia de la realidad. Algo así como desmayarme por sobredosis de sombras. De silencios.
-Evolución- pensé.
-Años- pensé.
Y me di cuenta de que allí seguía, con las mismas pesadillas que hace cinco años cuando me escondía entre las sabanas de la vida intentando que nadie me viera. Intentando sudar, como si las lágrimas se evaporaran tan fácilmente.
Entonces, mientras apenas podía respirar, todo se nubló. Comenzó a llover y todo se mojó con los retales que deja el tiempo.
Quimeras.
Invierno.
Y entendí que seguía estando herido. Que seguía intentando escondeme para no verme a mi mismo. Que seguía librándose en mi una lucha a verso limpio. Que todavía era incapaz de quitarme la camiseta, mirarme, aceptarme. Dejarme ver.
Cerré los ojos con fuerza.
No desperté.
Sangraba.
Palabras tristes.
Triste realidad.

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